" Cada Sócrates encuentra su Mélitos y cada Cristo su Judas".
Todo apetito numulario despierta su acucia y le empuja a descubrirse. No retrocede ante las arterías, es fácil a los besamanos femeninos, sabre oliscar el deseo de los amos, se da al mejor oferente, prospera a fuerza de marañas. Triunfa sobre los sinceros, toda vez que el éxito estriba en aptitudes viles: el hombre leal es con frecuencia su víctima. Cada Sócrates encuentra su Mélitos y cada Cristo su Judas.
La hipocresía tiene matices. Si el mediocre moral se aviene a vegetar en la penumbra, no cabe bajo el escalpelo del psicólogo: su vicio es un simple reflejo de mentiras que infestan la moral colectiva. Su culpa comienza cuando intenta agitarse dentro de su basta condición, pretendiendo igualarse a los virtuosos. Chapaleando en los muladares de la intriga, su honestidad se mancilla y se encanalla en pasiones innoblemente desatadas. Tórnase capaz de todos los rencores. Supone simplemente honesto, como él, a todo santo o virtuoso; no descansa en amenguar sus méritos. Intenta igualar abajo, no pudiendo hacerlo arriba. Persigue a los caracteres superiores, pretende confundir sus excelencias con las propias mediocridades, desahoga sordamente una envidia que no confiesa, en la penumbra, ensalobrándose, babeando si morder, mintiendo sumisión y amor a los mismos que detesta y carcome. Su malsinidad está inquietada con escrúpulos que le obligan a avergonzarse en secreto; descubrirle es el más cruel de los suplicios. Es su castigo.
La hipocresía tiene matices. Si el mediocre moral se aviene a vegetar en la penumbra, no cabe bajo el escalpelo del psicólogo: su vicio es un simple reflejo de mentiras que infestan la moral colectiva. Su culpa comienza cuando intenta agitarse dentro de su basta condición, pretendiendo igualarse a los virtuosos. Chapaleando en los muladares de la intriga, su honestidad se mancilla y se encanalla en pasiones innoblemente desatadas. Tórnase capaz de todos los rencores. Supone simplemente honesto, como él, a todo santo o virtuoso; no descansa en amenguar sus méritos. Intenta igualar abajo, no pudiendo hacerlo arriba. Persigue a los caracteres superiores, pretende confundir sus excelencias con las propias mediocridades, desahoga sordamente una envidia que no confiesa, en la penumbra, ensalobrándose, babeando si morder, mintiendo sumisión y amor a los mismos que detesta y carcome. Su malsinidad está inquietada con escrúpulos que le obligan a avergonzarse en secreto; descubrirle es el más cruel de los suplicios. Es su castigo.
Fragmento de "El hombre mediocre" De José Ingenieros.
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